martes, 24 de abril de 2018

Rastros, Encantes, Baratillos, Jueves, Feria de Ladra y otros mercadillos: muerte y resurrección de los objetos.

Encantes, Barcelona.

Antes de entrar en el mundo de las personas, empecemos con los objetos. Ellos también viven y mueren como nosotros, a veces son más longevos, últimamente menos. Es el mundo de los rastros, los encantes y los baratillos.

Todas las ciudades necesitan un rastro: esos espacios vacíos, abiertos en un desgarro del tejido urbano: acogen lo que sobra, cae, muere, se abandona, se tira, se vende, se roba, se blanquea, se desprecia o se cambia por algo nuevo y distinto. Espacios de reciclaje, donde los objetos se despojan de sus cargas subjetivas y afectivas, se rebajan a su condición de meros despojos de la urbanidad acomodada o superviviente, y se ofrecen al mejor postor, a modo de segunda, tercera o cuarta oportunidad de revivir en su función de objeto social, útil, simbólico o decorativo.


Encantes, Barcelona.

En Madrid y en tantos lugares de España se les llama Rastros, Els Encants en Barcelona, Feria  de Ladra en Lisboa, el Jueves en Sevilla, Baratillo en Cádiz, Deixalles en Mallorca, por citar sólo a los que se distinguen con nombres propios.

Por lo general, son lugares improvisados que sus usuarios han ganado a la ciudad. Se entiende que no siempre hayan gozado del permiso de las autoridades y que muchas veces se los traslade a zonas alejadas del centro. La razón es que los rastros abren la ciudad en canal, desgarran su imagen burguesa y próspera, muestran las entrañas ocultas de lo que se acumula en la privacidad y luego se tira cuando mueren sus propietarios, los desechos de una vida y los recuerdos que ya no tienen quién los recuerde.


Feria de Ladra, Lisboa.

Postales que se han quedado sin destinatario, regalos huérfanos, caprichos absurdos hoy abandonados, prendas de vestir fantasmales, muebles sin lustro, artilugios incomprensibles y utensilios inútiles. Muestran las ilusiones en su estado de caídas en desgracia o difuntas sin más. Unos los llaman cementerios de cosas, allí donde se acumulan los objetos como huesos en un osario, exhibidos para ser aprovechados y reabsorbidos en la cadena de la vida.



Feria de Ladra, Lisboa.

Otros los llaman el grado cero de los museos, allí donde se muestra lo que se descuelga de las familias, de la  cultura y de la propiedad privada. Museos anónimos que van al grano: si quieres dar valor a un objeto, lo pones tú al venderlo, o lo pone otro al comprarlo.

Tal es la materia prima de rastros y encantes, lo que el Tiempo ha robado a los inquilinos de la ciudad, tras dejarlos fuera de combate. La Feria de Ladra de Lisboa nos añade una doble significación, la de la tradición picaresca de dar salida a lo hurtado.


Objetos en un mercadillo en Zaragoza, junto a la Lonja.

El batiburrillo aleatorio de los objetos muertos en las paradas de venta se junta al batiburrillo de sus dobles y triples significaciones simbólicas, y transforma rastros y baratillos en una mezcolanza poética de empaque y de enorme complejidad. Lugares no sólo para ir a comprar y a vender, sino para pensar lo que normalmente uno no piensa, fijarse en lo efímero de la vida de los objetos y de las ilusiones, oler el perfume nostálgico de otras épocas, sentir la sustancia pegajosa de la melancolía, presenciar la selección aleatoria de las cosas que configuran nuestro mundo, o gozar de la muerte anticipada en el desecho de los que abandonan este mundo.

Sobre la vida y la muerte de los objetos, recomendamos los trabajos realizados por pensadores y artistas que han tratado el tema desde perspectivas teóricas pero también titiriteras, como es el caso de la mexicana Shaday Larios (1), entre muchos otros (2).

Notas:

1 Ver sus textos publicados en Titeresante aquí.
2 Vean textos sobre el mundo de los objetos y del Teatro de Objetos en Titeresante aquí.


jueves, 12 de abril de 2018

Entre la vida y la muerte

Danza de la Muerte en Verges, Girona.
Un gran tema recorre el subsuelo arquetípico de la Península Ibérica, un contenido simbólico de potentes acuíferos que nutre una buena parte de las fiestas, las ocurrencias, las tradiciones y los jolgorios a los que se entregan sus habitantes. Es el tema de la Muerte, que se presenta con mil caras diferentes para recordarnos a todos que los humanos somos seres mortales, atrapados por el tejido del tiempo y arrastrados por él. La conciencia de nuestra dimensión temporal finita es una constante en todas las tradiciones culturales del mundo, pero en suelo ibérico adquiere un relieve de peculiar intensidad que tiñe el conjunto de tonos graves, sombríos a veces y otras alegres y jocosas, y por ello mismo, profundamente catárticos y cargados de una enorme vitalidad.

Toros, la Semana Santa, las Danzas de la Muerte, los Rastros, Encantes y Baratillos, las romerías de Muertos Vivos, los osarios y los varios cultos a los muertos, se inscriben en esta corriente de onda larga que podríamos definir 'Entre la Vida y la Muerte'. Los matices de cómo expresamos nuestra autoconciencia del morir son tantos como personas y culturas existen en este mundo. Somos Naturaleza, nacer y morir es nuestra ley, la rueda que mueve y mantiene la vida.

Procesión de Semana Santa en la calle Hospital de Barcelona.
A su vez, al ser Naturaleza participamos de la diversidad propia del mundo de la vida, que gusta de repetir las formas siempre con sus variantes infinitas. La diferencia define el mundo natural, es el milagro de la vida en nuestro planeta. Pero mientras la Naturaleza es tiempo que se repite en ciclos, sujeta a los cambios aleatorios del azar mutante, los humanos somos tiempo que gusta pensar que se hace a sí mismo, que elabora ese discurso llamado Historia, que evolucionamos y nos transformamos según nuestros deseos y voluntades.



En realidad, existen dos maneras de saber que somos tiempo: la pasiva de quienes piensan que son vividos por el tiempo que nos arrastra, atrapados en un fatalismo que nos hace objetos de la existencia, y la activa de quienes piensan que ellos son tiempo finito libre, es decir, que tienen autoconciencia de la finitud y se sienten responsables del desarrollo de este tiempo, y quizás por ello, libres de avanzar por donde a uno se le antoje. La primera opción acepta la muerte, como no, pero lo deja como lo inevitable asumido, de modo que sus énfasis festivos irán dirigidos a exaltar la vitalidad. La segunda opción busca ritualizar los procesos de la muerte para sacar de ellos el empuje vital que les permita la libertad de reiniciar nuevos ciclos. Ambas opciones son complementarias e incluso intercambiables, se cruzan y se superponen entre sí, y marcan dos líneas difusas de contenidos simbólicos diferenciados que se reparten el calendario festivo del año.

El abordaje del tema de la vida y de la muerte en las costumbres y las fiestas populares será el objetivo de los próximos capítulos. La vivencia de la Muerte como catarsis de liberación, de conciencia  de la finitud, de aceptación, de rebeldía y de regeneración de la vida.

Olot y el Museo de los Santos. Figuras, farándula festiva y tauromaquia

  Los gigantes nuevos y antiguos de Olot. Museo de los Santos. Foto T.R. La ciudad de Olot siempre ha tenido para mí un atractivo oscuro, ca...